Más del 95% del trabajo doméstico es realizado por mujeres en condiciones de no reciprocidad, aislamiento, gratuidad, desvalorización, y, en la mayor parte de los casos, obligatoriedad, que mantienen la subordinación de las mujeres y que cuentan con el consentimiento y beneficio de la mayoría de los hombres. Se firma así un pacto entre capitalismo y patriarcado por el cual la meta es el máximo beneficio.
Legitima la discriminación en el acceso al empleo: aborda la política de empleo desde una perspectiva todavía patriarcal, que sigue haciendo hincapié en una dicotomía “natural” entre hombres y mujeres, atribuyendo a uno y a otra diferentes capacidades. Sabemos por experiencia que esto sólo consolida una relación jerárquica entre ambos. Además, los empresarios recibirán incentivos para racionalizar la jornada de trabajo y para promover la “paridad” en los consejos administrativos, pero la implantación de esos planes será voluntaria. Por supuesto, tampoco se establece de qué manera el gobierno obligará a las empresas a contratar en igualdad de condiciones o a crear puestos de trabajo estables.
Como punto de partida, la Teoría de Género reconoce que los conceptos sexo y género no son lo mismo. Ya bien decía una de las madres del feminismo contemporáneo, la francesa Simone de Beauvoir, que “no nacemos mujer, nos convertimos en ello”. De esta manera, advertimos que sexo esta más ligado a la esfera biológica, a aquello que traemos cuando nacemos y que la noción de género tiene más bien un carácter sociocultural y que es construida dentro de la sociedad en particular en la que vivimos y que es aquí donde se vuelve o no efectiva intentando regular el orden de las cosas y el comportamiento de las personas.
Por otra parte, la sociedad y quienes la habitan solemos hacer uso de argumentos esencialistas para describir y explicar la conducta de los seres humanos. Explicaciones del tipo: “es normal, por naturaleza los hombres tienen mayor necesidad de realizar el coito, tienen mayor apetito sexual” compactan o reducen la subjetividad individual y social, expresada en conductas y comportamientos, a una condición biológica que según muchos es origen y destino a la vez.
La distinción entre sexo y género, entre lo natural y lo cultural fue, en su momento, tremendamente liberadora para la lucha feminista y las mujeres en particular. La manida colocación de las mujeres más cercanas a la naturaleza, de alguna manera indicaba que su destino era uno solo, ya pre-escrito y por tanto ineludible, dejándole al margen de cualquier interpretación histórica posible. Indudablemente, la Teoría de Género se ha constituido en una forma de interpretar la realidad de las mujeres, que más que hacerlas victimas las ha liberado. A partir de su existencia, hace ya más de 25 años, las mujeres nos hemos podido sacudir y diferenciar con efectividad lo que traemos al mundo como seres sexuados que somos y lo que se construye, se empasta sobre nuestro cuerpo y que muchas veces se convierte en origen-fin una especie de profecía autocumplida que no nos dejaba escapar.
Es por ello mi interés en abordar en este trabajo, el concepto de IDENTIDAD en primera instancia, luego el de IDENTIDAD SEXUAL, pasando a la IDENTIDAD DE GENERO para luego finalizar en IDENTIDAD FEMENINA.
Identidad, un concepto crucial para la Teoría de Género
La identidad no es un concepto privativo de la subjetividad individual. La sociedad está compuesta por individuos e individuas que desde que nacen están conformando grupos, algunos de pertenencia y otros de referencia, formales e informales, pero que de alguna manera le dicen a una quien es y de donde vino, y en el mejor de los casos hacia donde va. Tanto los sujetos y sujetas individuales como los grupales portan una (o varias) identidades.
Hace poco, en un programa televisivo se debatía, por enésima vez, el concepto de identidad, digo por enésima porque es notorio las ansias que tenemos todas las personas de hablar sobre este tema, quizás porque la globalización neoliberal nos adelanta cierta angustia, sobre aquello que nos permite ser nosotras y no otras. Dos tipos de argumentos se vertían en este sentido, uno la identidad vista como atributos del vestir, del hablar, del comer, como hábitos y costumbres que comparten sujetos y sujetas de un determinado lugar geográfico. Y en el segundo referido a la memoria histórica y un reconocimiento de una misma como heredera de ese legado, como que eso me pertenece y explica mí aquí-ahora.
Por supuesto que la remisión al libro de la Prof. Carolina de la Torre, por enésima vez también, no me hizo esperar. Realmente es un placer que podamos contar en Cuba con tal volumen.
En el capítulo La Identidad para Psicología, la autora plantea de manera muy clara:
Para finalmente en pocas palabras decirnos: “…la identidad es la conciencia de mismidad, lo mismo se trate de una persona que de un grupo. Si se habla de la identidad personal, aunque filosóficamente se hable de la igualdad consigo mismo, el énfasis está en la diferencia con los demás; si se trata de una identidad colectiva, aunque es igualmente necesaria la diferencia con “otros” significativos, el énfasis está en la similitud entre los que comparten el mismo espacio sociopsicológico de pertenencia.”
A partir de tal definición y de sus precisiones oportunas podemos vislumbrar como la categoría identidad se torna harto pertinente para la Teoría de Género. Fijémonos en el carácter procesal y reflexivo de la identidad, la necesidad de la autoconciencia y el sentimiento de pertenencia, así como la necesidad de poseer y compartir determinado espacio subjetivo. Asimismo, el hecho de que aquello que nos hace individualmente diferentes de los otros y otras, en caso de las identidades personales, nos une y compacta para las diferenciarnos de los otros, desde el punto de vista grupal. Para mí, este es el principal aporte del concepto identidad a la Teoría de Género; sobre todo para poder entender la necesaria transición de mujer a mujeres dada en los estudios durante los años 70. La identidad sexual. La primera y/o primaria de las identidades.Retomando el concepto expuesto en la sección anterior podemos exponer que la identidad sexual hace énfasis a los atributos biológicos que nos hacen ser hembras a unas y machos a otros. Y llamarnos a nosotros y nosotras mismas como tal. Es un concepto que describe una realidad a partir de atributos físicos, pero no cualquier tipo de atributos sino aquellos que están relacionados con la diferenciación sexual fundamentalmente con los genitales.
En la diferenciación sexual hay tres momentos especialmente significativos a lo largo del ciclo vital: el periodo prenatal (en el que tiene lugar los grandes procesos de sexuación corporal: las gónadas, los órganos genitales y el cerebro se diferencian en hembras o machos), la pubertad (el cuerpo se diferencia de forma más evidente, los órganos sexuales maduran haciendo posible la reproducción y empieza el funcionamiento cíclico en la hembra) y el climaterio (con una pérdida progresiva de vigor físico y la aparición de la menopausia en la mujer). En este trabajo, nos detendremos por conveniencia en el periodo prenatal, teniendo en cuenta además que los otros dos procesos de sexuación son más conocidos. Durante el periodo prenatal tiene lugar los procesos fisiológicos sexuales más importantes. Al ser fecundado el ‘ovulo por el espermatozoide, comienza un proceso de multiplicación celular que da lugar al embrión humano. Este embrión es originalmente igual en el caso de que sus cromosomas sean de un macho (XY) o de hembra (XX), por lo que todo embrión tiene formaciones morfológicas que podrían dar lugar a la anatomía sexual de hembra o de macho. Es la acción de los cromosomas primero y de las gónadas después, lo que determinará que el embrión se desarrolle en una dirección u otra.
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